lunes, 1 de marzo de 2010

Rutina y... ¿qué más?


Pues, y una vez más, pese a que no tenía por qué, amaneció como cada día y ese frío y carente de sentimiento alguno sonido de los motores del ferrocarril me transportaba, una vez más, a la rutina diaria. Ésa que, pese a cada jornada la llevas a cabo a rajatabla e incuestionablemente, te convierte en una pequeña mota de polvo en la inmensidad de una capital que te ha convertido en un androide en procesión. Y es que el despertador suena y, entre desayunos, duchas, pequeños y fracasados intentos de estudiar, metro, clases, paseos (si Dios quiere) y noches de ordenador, esperas encarecidamente cada día que un pequeño viento de extrambótico pigmento aparezca de algún lugar atemporal y aporte algo nuevo al circuito que diariamente recorres como una neurona programada por la Providencia. Hoy es uno de esos días en los que el vendaval de luz y de esperanza aplazó su acto de aparición. Tal vez se esté haciendo esperar, tal vez se esté reservando para un momento más adecuado, tal vez.... no exista. Mientras tanto, la poca libertad y las pocas ansias de sueños que nos permite utilizar la recaudadora de impuestos de la vida interior (la Rutina), las gastaremos en seguir esperando esa lluvia de sal que dé sabor a una comida que comes pero nunca te planteas por qué.

Si giras tu cabeza puedes ver en el cielo la luna que cada noche te contempla a la vez que actúa de fidelísima y noble confidente. Exámenes y pruebas duras aguardan mientras que tienes la dificultad de prepararlos con esa magna desgana automática.

En mi condición de garbanzo (probablemente el negro o cura, como se dice en mi pueblo) dentro de una gran olla, desde mi posición de robot programado y automatizado quiero clamar idealistamente esa pizquita de libertad requisito indispensable para decir adiós, aunque sólo sea de manera momentánea, a estos grilletes que tú nos impones, Sra Rutina.

Que el Señor cuide de sus súbditos, perdone nuestros pecados y nos lleve a la Vida Eterna.

Amén.

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