Las comunidades autónomas fueron inventadas durante los años de
la transición para contentar a la casta nacionalista en su afán por
distinguirse del resto de los españoles. La vía utilizada para tal propósito pasó a la historia
como el ‘café para todos’, un error de consecuencias altamente desgarradoras.
El principal problema que hoy alberga España, el
separatismo, hunde sus raíces en este período. El esfuerzo que se realizó durante
la transición para poder dar cabida a estos grupos secesionistas ha resultado
manifiesta e innegablemente inútil. Donde existe el gen totalitario de un nacionalismo
ilegítimo, tanto histórica como políticamente, no existe la saciedad. Y dejar en
manos de estos partidos competencias de la talla de la educación lleva de
manera irrevocable a una transformación de la sociedad, con el consecuente
cuestionamiento del orden constitucional. Las autonomías han sido un
experimento que se ha ido de las manos y el poder separatista que de ellas
deriva está poniendo en jaque nada menos que la unidad de la nación más antigua
de Europa. España lleva 35 años alimentando a un monstruo que ha quedado fuera
de cualquier tipo de control.
Por otra parte, la crisis económica, que tiene como principal
obstáculo el amplio déficit público, observa en las autonomías una de sus
principales causas. Las comunidades autónomas han sido durante tres décadas y
media un nido de corrupción y nepotismo, amén de un inequívoco creador de
duplicidad de servicios con el despilfarro del erario público por bandera. Una auténtica ruina institucionalizada en nombre de la cercanía al ciudadano y de su bienestar. Hoy, los 6 millones de parados que pueblan las oficinas de empleo invitan a replantear ciertas cosas.
España necesita extirpar el cáncer que tras tantos años ha
ido consumiendo sus esencias, la honradez de la política y también el bolsillo
de los ciudadanos. España debe modificar la constitución y abolir esta lacra para
iniciar un proceso de recentralización que elimine duplicidades, que permita un
control mayor del patrimonio público y una mejor eficiencia del gasto y que garantice la vigencia del
orden constitucional, único medio para que todos los españoles puedan ser
libres e iguales ante la ley y condición imprescindible en una democracia que se
precie de ser seria. España necesita una recentralización que ponga punto y
final a estos 17 reinos de taifas, manejados por el cacique de turno y con sus
consecuentes 17 sistemas educativos, sanitarios o medios de comunicación diferentes, que en algunos puntos actúan como auténticos masajistas cerebrales.
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