Hace una semana falleció el líder venezolano Hugo Chávez
debido a un cáncer que arrastraba desde años antes. El presidente del país sudamericano
pasará a la historia no solo por sus obras, sino también por sus formas, tan
atípicas en un hombre dedicado a la actividad política.
Hugo Chávez era espontáneo, un señor de la calle más como
cualquier otro que pudiéramos encontrar paseando por Caracas, Maracaibo o
Barquisimeto. Acostumbrado a lidiar con seres endiosados que parecen provenir
de otras esferas, al ciudadano medio que veía a Chávez por televisión le
extrañaba su lenguaje controvertido y políticamente incorrecto, su interactuación
directa y cercana con la gente, sus expresiones coloquiales, su
temperamento y su naturalidad que tan poco frecuente son y que nada tienen que
ver con los planes de esos asesores de imagen que calculan hasta el último
milímetro de las apariciones públicas de nuestros políticos.
Quizás por todas estas facetas Chávez era un hombre muy
querido por una parte muy importante del pueblo venezolano. El mandatario bolivariano
huía de eufemismos y narraba la realidad tal y como la veía y sin ninguna intención
de ocultarla con bonitas palabras. Al pan, pan y al vino, vino. El comandante
fue calificado frecuentemente de populista por aquellos que utilizan
gratuitamente este término cada vez que ven algo que no les gusta, pero Hugo se
comportaba como uno más porque simplemente lo era y esa actitud se echa de menos por la gente en la
política de nuestros días. Buen ejemplo de ello fue la buena acogida de la que
gozaron las palabras del rey tras pronunciar su famosa frase de “por qué no te
callas” a Hugo Chávez, precisamente. Los ciudadanos no quiere semidioses, quieren personas normales que las dirijan.
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